/ viernes 25 de octubre de 2024

ALEJANDRA PIZARNIK, UNA POETA MODERNA 

Alejandra Pizarnik, quien nació 29 de abril de 1936, dejó de existir el 25 de septiembre de 1972, a la temprana edad de 36 años, fue una poeta, ensayista y traductora argentina. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires. Pizarnik publicó tres de sus principales volúmenes: Los trabajos y las noches, Extracción de la piedra de locura y El infierno musical, así como su trabajo en prosa La condesa sangrienta. Ya antes había publicado El árbol de Diana. En este artículo me propongo realizar una breve reseña del interesantísimo estudio que realiza sobre algunos rasgos de su poética la investigadora Inés Ferrero Cándenas en el libro Alejandra Pizarnik. Poeta Lilith, publicado por la editorial de la UAA, en una versión digital.

La investigadora dice que va a recurrir a un concepto arquetípico la poeta Lilith, y que en términos generales alude a una creadora “de rebeldía indómita y lenguaje ardiente, una poeta seducida por la música y la otredad, por la elevación moral y la belleza maldita; una voz lírica que transita por espacios nocturnos, oníricos e infernales”.

Es una voz preocupada por la batalla con y contra el lenguaje, por la búsqueda de la música, de la pureza estética; una voz ocupada en sondear los límites de la palabra y captar en ella la fuerza explosiva del acto creador. En su sentido figurado más elevado es la mujer sabia, la alquimista, la mujer oráculo, la creadora, la diosa, la profetisa o la sacerdotisa. Recordemos que como se ha dicho, a Pizarnik le dolía el mundo, y para apaciguarlo no bastó el escape a mundos producidos por la palabra. “La poeta buscó anestesiarse a través de barbitúricos, alcohol y opiáceos”. Fue una gran lectora, una devoradora de conocimientos: “Si leo, si compro libros y los devoro, no es por un placer intelectual, yo no tengo placeres, sólo tengo hambre y sed”. Todo esto por el deseo de ”coleccionar palabras, prenderlas en mí como si ellas fueran harapos y , dejarlas en mi inconsciente, como quien no quiere la cosa, y despertar, en la mañana espantosa, para encontrar a mi lado un poema ya hecho”

Según Ferrero, Pizarnik fue una mujer que, con su propio punto de vista, dejará atrás lo monstruoso para entender esa monstruosidad como divinidad, una mujer que deja de sucumbir a los mecanismos y estrategias diseñados de antemano para menospreciar, disminuir y frenar su autoría.

El tipo de feminidad que Pizarnik plasma en su poesía tampoco es convencional ni normado según los roles de género típicamente establecidos: no vamos a encontrar en su poesía princesas, delicadas ni madres abnegadas, tampoco vamos a encontrar

ninguna idea de la mujer hecha a imagen y semejanza de la virgen María o de ninguna otra santa, no vamos a encontrar amas de casa o fieles esposas.

En su poesía, sobre todo la de los primeros tiempos, es importante el tópico del jardín y regresando a Lilith, ella también moraba un jardín del que fue expulsada, y, como ya vimos en secciones anteriores, la mujer poeta también fue vetada, durante mucho tiempo, del jardín de la poesía moderna. Pizarnik fue “bruja” en tanto mujer con independencia y sabiduría, lo fue al plantear un nuevo modelo de mujer poeta, al crearse un ideal de autoría a costa de todo rol sexual, al dejar de lado los estereotipos asignados, al emparentar su vida con la poesía.

Fue una poeta que se adentró en el mundo poético de otros poetas, entre los que destacan los simbolistas franceses, pero también Huidobro, César vallejo y varios otros de sus coetáneos, de poetas como Olga Orozco, de modo que llegó a decir

“No puedo hablar con mi voz sino con mis voces”

En su poemario El árbol de Diana, ella ya no es musa, ni objeto de veneración amorosa. Estamos ante un poemario que, “sin necesidad de decirlo explícitamente, recupera el lugar de la mujer como creadora en la tradición poética occidental al explorar las múltiples facetas o caras de la Diosa o Gran Madre, antagónica a la poesía del sol y lo diurno”. Ahora bien, creo que es importante volver a recordar que, al escribir, el impulso que mueve la pluma de Alejandra Pizarnik es siempre de orden estético y nunca político. Es importante reflexionar en su declaración:

Aunque ser mujer no me impide escribir, creo que vale la pena partir de una lucidez exasperada. De este modo, afirmo que haber nacido mujer es una desgracia, como lo es ser judío, ser pobre, ser negro, ser homosexual, ser poeta, ser argentino, etc. Claro es que lo importante es aquello que hacemos con nuestras desgracias”

Pizarnik pertenece a las que aspiraron a realizarse única y devotamente a través de la poesía y escritos personales. Su amor por la palabra precisa deja un gran legado






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