Ahora quiero recordar con sincera estimación a un buen periodista y mejor compañero. Me refiero a Armando Jiménez Cruz, quien trabajó en varios medios de esta capital y con una gran trayectoria por sus virtudes periodísticas.
Armando fue en sus últimos años reportero de la sección policiaca de EL SOL DEL CENTRO, donde la verdad de las cosas brilló con luz propia por su capacidad reporteril, su olfato para la noticia y su manera tan pulcra y clara de redactar sus informaciones.
Anteriormente fue reportero de Hidrocálido y también funcionario de Comunicación Social del DIF estatal. Espero no haberme equivocado en este último empleo.
Se le veía hasta dos o tres veces al día recorriendo Palacio de Justicia, los juzgados federales y el edificio de la entonces Policía Judicial, ahora conocida como Policía Ministerial o de Investigación Criminal.
Era un reportero apegado a sus fuentes y que tenía contactos que le daban cuenta de manera oportuna de los hechos policiacos que ocurrían en la ciudad o en el interior de la entidad.
Armando Jiménez Cruz fue siempre servicial y muy buen compañero, nada envidioso ni egoísta, mucho menos vanidoso, entregado en cuerpo y alma a su responsabilidad de reportero policiaco. Y todos los días, de lunes a domingo, al filo de las nueve de la noche, por lo regular, hacía su arribo a la redacción de este Diario para redactar sus notas y se quedaba hasta el cierre de la edición, ya pasada la medianoche o hasta la una de la mañana, según el caso.
Desde hace años luchaba por no ingerir bebidas embriagantes, pero cuando lo hacía, su organismo era ya tan frágil que, con una o dos cervezas, no se diga una cuba, era más que suficientes para andar en estado inconveniente. Afortunadamente fueron veces que ello ocurría.
Una de sus “parrandas” me quedó muy grabada, pues ocurrió un 20 o 21 de diciembre de hace algunos años, antes del 2010, cuando el que esto escribe estaba al mando de la edición diaria del periódico, debido a la ausencia del entonces director don Francisco López, quien tomaba sus vacaciones anuales durante las fiestas de Navidad y Año Nuevo para trasladarse a Ciudad Juárez, con el propósito de pasar las fiestas con su señora madre que residía en aquella urbe fronteriza.
Resulta que una de esas noches llegó Armando y se reportó conmigo para darme, cuenta de las novedades y poder jerarquizar la información policiaca, incluso para saber si algún hecho ameritaba llevar una llamada en la portada local- Lo noté con algunas copas entre pecho y espalda, le dije que si se sentía capaz para redactar sus notas y me dijo que sí, ya eran después de las nueve de la noche. Minutos después, se levantó de su escritorio y con su computadora recién encendida, para informarme que le habían avisado de una fuerte balacera en Nochistlán, Zacatecas, distancia a hora y media de Aguascalientes.
Le respondí que el tiempo para cerrar la edición era corto, que no podía hacer el viaje y cubrir la información, que mejor tratará de recopilar los datos con las autoridades de aquel lugar, pero se rehusó e insistió en ir, a sabiendas un servidor que todo podía ser una mentira para salir del periódico e irse a una cantina cercana a tomarse otra copa.
Se fue y aproximadamente 40 minutos después regresó, pero poco más ebrio. Y al preguntarle, nomás por no dejar, que si había viajado a Nochistlán, me respondió que sí. Y como le hiciste, le pregunté, “pues me prestaron un helicóptero”. Y de regreso aterrizaron aquí en la esquina de Madero y Zaragoza.
Ante lo anterior, no supe si ponerme a reír o molestarme, preferí decirle mejor que se fuera a descansar a su casa. Para entonces eran aproximadamente las diez y media de la noche, y sin ninguna nota policiaca del día, pero no era prudente molestar a otro compañero reportero para que viniera al periódico a escribir la sección, de tal suerte que me apresuré para cerrar la primera sección local y me puse a recopilar datos por teléfono en las corporaciones de seguridad, además de contar con el apoyo de un compañero de la fuente policiaca de otro diario, por lo que no tuve otra alternativa que escribir los sucesos policiacos de ese día y formar la página.
Al otro día se presentó Armando a su hora de costumbre, visiblemente apenado, pidiendo disculpas por lo ocurrido. Recibió a cambio una amonestación verbal de parte mía y a trabajar.
Armando dejó de existir hace seis años. Y lo recordamos con cariño y afecto, por su don de gente.