Seguimos recordando a don Juan Esparza Rodríguez, un gran reportero y cronista deportivo, quien prestó sus servicios en los diarios Opinión y EL SOL DEL CENTRO, en ese orden. Y que brilló con luz propia por su honestidad y responsabilidad, pues era incansable, trabajaba todos los días, no se diga los sábados y domingos.
Juan, quien como comentamos en el artículo anterior, falleció en los umbrales del nuevo milenio, es decir, en los primeros años del 2000, estuvo al pie del cañón hasta que se le agotaron las fuerzas, hasta prácticamente su último aliento.
No ocultaba su orgullo por sus hijos, tanto las mujeres como el varón. Una de sus hijas estudió medios de comunicación para incursionar en el periodismo, como su padre. Pero su hijo le daba grandes satisfacciones, al abrazar la carera militar y haberse graduado como capitán piloto aviador. Fue uno de los tripulantes del avión presidencial durante casi todo un sexenio, por lo que Juan Esparza Rodríguez se sentía como un hombre completo, sobre todo por ver a sus vástagos totalmente realizados y cumpliendo sus sueños.
Hay muchas anécdotas que contar de Juan, pero no es posible contar todas por falta de espacio y también por no acordarme de todas con exactitud, pero sí de algunas de ellas.
Una tarde en la redacción de EL SOL a la periodista de la primera sección, Sandra Luz Muñoz Santana, buena amiga y excelente compañera, se le ocurrió jugarle una broma a Juan, otra de tantas, confabulada con Jaime Arteaga Novia y con el peno conocimiento de los demás presentes, entre ellos, un servidor, que nos dábamos a la tarea de escribir nuestras rotas del día.
Sandra le marcó a Juan de una extensión telefónica ubicada en el taller de formación a uno de los teléfonos de redacción para hablar con el compañero de deportes. Cuando el susodicho respondió, Sandra fingió la voz y se identificó como una gran admiradora suya, que a diario leía sus notas, no se diga, sus crónicas de beisbol o de toros, que no podía ocultar que era su fan y que se moría de ganas por conocerlo en persona.
Nomás veíamos que Juan comenzó a sudar copiosamente y de inmediato sacó del bolsillo trasero de su pantalón su infaltable pañuelo o paliacate para secarse la frente. Juan le respondía con monosílabos y cuando alcanzaba a hilar algunas frases lo hacía con marcado nerviosismo, pues la verdad de las cosas no sabía cómo responderle.
“Ay señorita, señorita, es que usted no me conoce realmente, soy una persona mayor y muy pronto me convertiré en abuelo, no creo que pueda complacerla ni tan siquiera de vernos”, le dijo, mientras nosotros apenas podíamos contener la risa.
Para terminar la conversación, Sandra lo citó a las seis de la tarde del día siguiente frente al atrio de Catedral Basílica, en plena Plaza de la Patria, ante lo cual Esparza Rodríguez le advirtió que no acudiría, que lo disculpara.
Juan volvió a su computadora para continuar redactando su información, sin hacer ningún comentario. Instantes después regresó Sandra, pero riendo a carcajadas, por lo que Esparza Rodríguez comprendió que había sido blanco de una broma, por lo que no pudo ocultar su coraje. De por sí, era un tanto gruñón, ya se imaginan cómo se puso. Para no agregar más, al poco rato terminó de escribir y sin despedirse de nadie, indignado, abandonó la redacción. Al día siguiente todo volvió a la normalidad.
Otra anécdota digna de comentar fue con el director del Diario, José Ángel Martínez Limón, un gran periodista, quien se distingue por su don de gente, su sapiencia, su educación y cortesía. Siempre llegaba a saludar de mano a los reporteros y fotógrafos. Nunca nos amonestaba ni nos llamaba la atención ante a presencia de los demás, siempre lo hacía en privado, en corto, y en su propia oficina.
Pero esa vez el señor Martínez Limón no se pudo contener. Y enfrente de varios de nosotros le reclamó a Juan porque había exigido a los organizadores de una comida que se efectuaría en un huerto frutícola ubicado en una zona remota del municipio de Calvillo, al que se llegaba por un largo camino de terracería.
Los organizadores eran empresarios ligados al ambiente taurino. Uno de los invitados especiales era precisamente el director de EL SOL y el propio Juan Esparza, pero resulta que éste les dijo que cómo el señor Martínez Limón iba a viajar en una camioneta por un camino de terracería, porque “el señor director es muy delicado”. En suma, exigió que lo transportaran en un helicóptero.