Más allá de las fronteras geográficas o políticas dentro de un país en Nuestra América, existen también las fronteras económicas que en la mayoría de los casos todas las anteriores están influenciadas por una frontera racial que es invisible.
Esta frontera invisible está marcada por una dinámica cultural dominada por el racismo, el clasismo y la discriminación implícita o explícita que se puede ver reflejada en diversas expresiones de una identidad colonizada que regularmente existe en nuestros pueblos como herencia del largo periodo colonial y neocolonial.
Adelanto que esta misma dinámica de discriminación y desprecio a la diversidad cultural en nuestros pueblos no solo se puede observar en planos nacionales, sino que en gran medida se reproducen de manera regional al interior de las provincias o estados, muchas veces a causa de esa identidad cultural colonizada y a un centralismo político y económico en el que una élite casi inamovible es quien mantiene el poder desde hace mucho tiempo.
El fenómeno del racismo y clasismo tiene mucho que ver con nuestra identidad cultural colonizada, de ahí la importancia de lograr una descolonización de nuestra identidad desde la perspectiva de Frantz Fanon para así lograr un desarrollo equilibrado sin desigualdad ni discriminación.
Me atrevo a especular con cierta seguridad sobre lo que denomino fronteras raciales a partir de la lectura y estudio sobre el tema, recordando a autores como el historiador colombiano Alfonso Múnera quien expone en su libro “El fracaso de la nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1810)” que desde el periodo de la Colonia en lo que ahora es Colombia, se fue poco a poco delineando esa frontera racial que divide en a ese país.
En su libro que sirve como ejemplo evidente a ese fenómeno explica que las cúpulas políticas y económicas de Cartagena y Bogotá pelearon por ser la capital tanto en el periodo colonial como después de la Independencia, al final ganaron los poderosos de la zona andina con la justificación de que era más fácil de defender la capital en esa ubicación, pero además se llegó al extremo de manifestar que había razones raciales para no dar la capital a la región costeña.
Ese extremo racista explícito, del que podría avergonzarse cualquiera, pero que está en el criterio conservador de muchas cúpulas en Nuestra América lo vemos de manera evidente en la carta geográfica realizada a finales del siglo XVIII por José Ignacio de Pombo y Francisco José de Caldas sobre lo que ahora es Colombia y que fue apoyada en el siglo XIX por otros intelectuales de su país llegando al extremo de asegurar que “la geografía humana de la nación como escindida en dos grandes territorios: los Andes, habitados por las razas más civilizadas y superiores, y las costas, las tierras ardientes, las selvas, los grandes llanos, habitados por las razas incivilizadas e inferiores”, esto en razón de que en Bogotá ubicaban una población mayoritariamente criolla y mestiza, mientras que en el Caribe colombiano hay una mayoría afrodescendiente e indígena al que se suman mestizos y criollos.
Aunque es un criterio extremo por su racismo explícito, lo cierto es que en la dinámica del ejercicio del poder se fue gestando una región económicamente privilegiada en la que se tomaban las decisiones políticas y otra con mayores índices de desigualdad, atraso y pobreza, regularmente usados para obtener mano de obra y materias primas. Esta dinámica se fortalece gracias al centralismo económico y a una cúpula de poder que casi no se mueve al paso de las generaciones.
Ahora Colombia experimenta un positivo proceso de transformación política progresista y considero que gran parte de esas dinámicas de desigualdad podrían cambiar para el bienestar de su pueblo.
Otros ejemplo es el de Cuba antes del triunfo revolucionario de 1959 donde se observaba una diferencia similar de desigualdad y atraso vinculada al racismo, clasismo y centralismo colonial y neocolonial entre el Oriente donde se ubica Santiago de Cuba y la Occidental donde está su capital, La Habana, esto a tal grado que durante la guerra de independencia en el siglo XIX, el gobierno español intentando evitar que la insurrección que venía de la zona oriental con mayor nivel de desigualdad, explotación y rebeldía no llegara al Poniente de la isla se construyeron en su momento trochas o fronteras físicas con fuertes dividiendo en dos a la isla.
Con la dinámica del triunfo revolucionario de 1959 el desarrollo de Cuba se ha perfilado en un equilibrio integral y luchando permanentemente en contra del racismo, el clasismo y cualquier forma de discriminación.
En México podemos observar cómo hay regiones con mayor pobreza y desigualdad, utilizadas más para extraer materia prima, mientras en otras el desarrollo económico es mayor. En nuestra Cuarta Transformación se ha luchado por lograr un desarrollo más equilibrado entre las regiones en materia de infraestructura, pero hay mucho por hacer.
Al observar Aguascalientes, invito a reflexionar sobre la conformación urbana de su capital e incluso del estado mismo, la relación de zonas de desarrollo y las de mayor desigualdad, con sentido autocrítico ubicar los sesgos y expresiones de racismo y clasismo existentes que están de alguna manera vinculados con la división de nuestras fronteras raciales y económicas.
Es una oportunidad para comprender nuestra realidad y para comenzar de manera efectiva a transformarla.