En este país desmemoriado, algunos se han preocupado por recordar que Rosario Castellanos, nuestra gran escritora de poesía, novela, artículos periodísticos y ensayos, hace medio siglo nos dejó, con un legado que no acabamos de conocer y valorar. Me encanta que los actos celebratorios en la CDMX comiencen con una palabra de invitación de su hijo Gabriel Guerra Castellanos. Era lo menos que se podía esperar. para una escritora que tuvo siempre presente a su familia en su obra literaria. Así fue como yo la conocí y comencé a acercarme a su escritura, cuando era una joven maestra que estudiaba en Tepic, Nayarit los cursos de verano para la licenciatura en español. Ahí. en los pasillos de la Normal superior Amado Nervo, los vendedores de libros extendían sus tiraderos y allí encontré “El mar y sus pescaditos” colección de artículos en los que Rosario Castellanos mencionaba, entre otras situaciones, la forma en la que una madre buscaba incentivar la lectura de su pequeño hijo Gabriel
Después, cuando impartí clases en la secundaria general N° 4 “Leyes de Reforma”, conocí algunos de los poemas de Rosario Castellanos que venían en los libros de español. Quiero mencionar el atractivo que ejercieron tales poemas sobre una joven maestra, quien los utilizó como material didáctico, para que sus alumnos los declamarán en voz alta y los hicieran suyos con las inevitables reflexiones que tales poemas suscitaban:
“Obedecí, señores, las consignas. / Hice la reverencia de la entrada, /bailé los bailes de la adolescente/y me senté a aguardar el arribo del príncipe.//Se me acercaron unos con ese gesto astuto/y suficiente, del chalán de feria;/otros me sopesaron/para fijar el monto de mi dote/y alguien se fio del tacto de sus dedos/y así saber la urdimbre de mi entraña// Es tiempo de acercarse a las orillas,/de volver a los patios interiores,/de apagar las antorchas/porque ya la tarea ha sido terminada./Sin embargo, yo aún permanezco en mi sitio./Señores ¿no olvidasteis/dictar la orden de que me retire?” .
Se distinguía en estos poemas una nueva voz, con un tono irónico especial, la hablante lírica asumía la tradición, pero al mismo tiempo la cuestionaba. Por esos años también pude leer una de sus novelas más atractivas “El viudo Román”, gracias a las ediciones populares de editorial Promexa que se vendieron en tiendas de supermercado, a precios muy accesibles. La novela pronto llegó a las salas de cine convertida en una buena versión cinematográfica titulada “El secreto de Romelia”. Años más tarde leería la novela” Balun Canan” y los “Cuentos de Ciudad Real”, narraciones situadas en escenarios chiapanecos, que fueron los que ocuparon los primeros años de la vida de Rosario Castellanos. Ella, en su difícil papel de mujer en esta sociedad tradicionalista, se identificó también con los grupos marginados y los indígenas tzotziles.
Junto a estas novelas, Rosario Castellanos trabajó importantes textos ensayísticos como “Mujer que escribe latín”, por ejemplo. Poniatowska ha escrito de Castellanos: “Supo que escribir era su oficio, pero desde un principio vivió su doble condición, mujer mexicana, mujer y latinoamericana, mujer del subdesarrollo”.
Pero entre todos estos géneros, el pensamiento de Rosario Castellanos sobre la identidad de la mujer mexicana y latinoamericana se expresa con mayor claridad en su obra poética. Ella dice: “La poesía verdadera, la que conserva su vigencia al través del tiempo y continúa despertando resonancias en generaciones diferentes y distantes de aquellas que la crearon, no es producto de un capricho ni de un juego. Al contrario, responde a la necesidad humana más profunda de comprenderse y comprender el mundo, de interpretarlo y expresarlo”.
\u0009Es por eso que, al celebrar el primer cincuentenario de su deceso, se abre la necesidad académica y social de promover la lectura de su poemas. Aquí propongo algunos fragmentos de su “Lamentación de Dido” y un poema de su libro “Lívida luz”.
He aquí que al volver ya no me reconozco. Llego a mi/casa y la encuentro arrasada por las furias. Ando/por los caminos sin más vestidura para cubrirme/que el velo arrebatado a la vergüenza; sin otro/ cíngulo que el de la desesperación para apretar mis /sienes. Y, monótona zumbadora, la demencia me/persigue con su aguijón de tábano./
Ah, sería preferible morir. Pero yo sé que para mí no/hay muerte.
Porque el dolor —¿y qué otra cosa soy más que dolor?— me ha hecho eterna.
El tono doloroso del poema concuerda con estos otros versos: “Se olvidaron de mí, me dejaron aparte. /Y yo no sé quién soy/porque ninguno ha dicho mi nombre; porque nadie/me ha dado ser, mirándome./¿Quién me ha encerrado aquí? ¿Dónde se fueron todos?/¿Por qué no viene alguno a rescatarme? Un terrible cuestionamiento si tomamos en serio la reflexión y el lirismo de tales palabras y leemos lo que la poeta ha expresado a nombre de la mujer mexicana y latinoamericana.