Al igual que muchos manjares extraídos de la naturaleza, el Aguamiel era considerado un elixir de los dioses; que los antepasados de este país, bebían con regularidad.
Quizá, también su veneración, radicaba en que se extraía justamente del corazón de la planta del maguey, que en la época prehispánica, alrededor del año 200 a.C., era sumamente valorado, pues además de esta exquisita bebida, también de él extraían materia para elaborar instrumentos que utilizaban en rituales sagrados, atavíos para sucesos relevantes, o artículos de uso cotidiano.
A este líquido, de color dorado o amarillo lechoso, se le atribuyen múltiples propiedades medicinales, pues se cree que tiene un alto contenido de antioxidantes, además de ayudar a cuidar la flora intestinal, combate también el estreñimiento y reduce el colesterol. Sin embargo, su uso más socorrido, es para producir pulque, luego de someterse a un proceso de fermentación natural, de aproximadamente 48 horas.
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Hace aproximadamente 30 años, era común ver por las calles del centro de la ciudad, principalmente, a los vendedores de Aguamiel; caminando junto a su burrito, donde cargaban las garrafas repletas de esta miel. Con el paso de los años, han ido desapareciendo los productores que llevan hasta la puerta de la casa el vasito de aguamiel; sin embargo, luego de cambiar al asno, por una bicicleta, todavía es posible encontrar a los vendedores en algunas colonias como Cerrito de la Cruz, Héroes, Barrio de la Estación y de la Purísima, por mencionar algunos. Los vasos (o bolsitas con popote, en otros casos), se vende por tan sólo 20 pesitos; y hasta en 15 pesos, si la suerte acompaña al comprador.
Sin importar el paso de los años, esta deliciosa tradición se niega a desaparecer y salir de las calles por completo; y es que con frecuencia, quienes se topan con vendedores de Aguamiel en su andar, saben reconocer que de esta tierra, mana vida en sus frutos, en sus aguas, en sus plantas; sin olvidar, por supuesto, la historia que detrás de esa costumbre se encuentra.
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