Hace muchos años vivía por la calle de la Alegría una mujer de nombre Hilaria Macías, de modesta posición, honrada y buena muchacha de unos 25 años de edad. Llevaba siempre a cada hogar el consuelo y en cada casa se decía algo bueno de Hilaria.
Vestía a veces un hermoso zagalejo y su rebozo de bolita, su pelo era enteramente chino y se dedicaba a atender un pequeño comedor cobrando a los clientes por almuerzo, comida o cena, el módico precio de medio.
Corriendo el tiempo, un individuo de pésimos antecedentes, de los malditos del barrio de Triana, renombrado por sus hazañas, feo en grado superlativo, prieto, cacarizo y por añadidura presumido, se enamoró de nuestra apuesta chinita. Pero ésta no correspondió a sus ruegos y desesperado el individuo buscaba la ocasión para raptarla.
Temerosa Hilaria de algún atropello de parte de aquel individuo, hizo confesión de su apuro al señor cura de la Parroquia del Encino, quien le aconsejó que dijera a aquel hombre que se presentara en el curato al día siguiente a las nueve de la mañana para amonestarlo y decirle lo que debía hacer.
“El chamuco”, que bien conocido era por este apodo en todo el barrio, se presentó ante el señor cura, quien le propuso una ocurrencia extravagante, diciéndole: -Mira, “chamuco” pide a Hilaria un rizo de su pelo. Si lo enderezas en el término de 15 días, te aseguro la mano de la china.
-Señor cura – contesta “el chamuco”, si no me concede una palabra, ¿me concederá un rizo? Eso es imposible.
-No- le contesta el señor cura-, yo me encargo de todo. Ve en paz, Dios te bendiga.
A ruegos y súplicas aquel hombre pudo conseguir el deseado rizo y desde luego puso a enderezarlo, después de algún tiempo no pudo lograr su empeño y, desesperado, se resolvió a hacer un pacto con el diablo, ofreciéndole su alma en recompensa si lo sacaba de aquel puro. El diablo se puso en obra un día, pero en vano, no pudo enderezar aquel porfiado y encorajinado lo arrojó a la cara de su camarada dejándolo más feo y repugnante que antes, el diablo voló por los aires dejando un fuerte olor a azufre por todo el barrio de Triana y quedó aquel hombre asustado y loco por toda la vida.
Cuentan que después le preguntaban sus amigos cómo le había ido en su empresa y contestaba en voz alta, locamente y asustado: “¡De la china Hilaria!” Expresión que sirvió después para significar un escaparate.