Con la llegada de la primavera, la ciudad de Aguascalientes adquiere nuevos bríos, no sólo por la energía del sol y los bellos atardeceres que su luz regala mientras se esconde detrás del Cerro del Muerto, sino también por la belleza de sus árboles y flores, que crean postales maravillosas aún en medio del caos citadino.
Uno de los más hermosos y notables ejemplos, son los árboles de jacarandas que, desde las primeras semanas del mes de marzo, pintan de un espectacular color lila, las calles de la ciudad. En camellones, plazas, escuelas, jardines y, aún, en casas habitación, se pueden encontrar estas bellezas naturales.
Sin embargo, por pocos es conocido el origen de estos árboles y cómo es que llegaron a este país.
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El responsable se llama Tatsugoro Matsumoto, un jardinero de origen japonés, que llegó a México a finales del siglo XIX. Sabedor de su amplio conocimiento en botánica y floricultura, el entonces presidente de la República Mexicana, Pascual Ortiz Rubio, solicitó a Matsumoto que trajera a México árboles de cerezo, para decorar las calles, tal como se había hecho en la ciudad de Washington. Sin embargo, el clima que predominada en este país no favorecería su florecimiento. Por tanto, el jardinero japonés realizó un largo viaje por Sudamérica, donde sabía que encontraría una inigualable diversidad de plantas y flores. En Brasil descubrió este árbol, que se ve favorecido en climas subtropicales, y que deja ver sus flores entre los meses de marzo y abril.
El árbol de jacaranda es una especie que pertenece a la familia de las bignoniáceas, conformada por otros árboles, plantas y arbustos, cuyo distintivo radica en los brillantes colores de sus frutos o flores, como el amarillo, el naranja, rosa y, como en el caso de las flores de jacarandas, un lila azulado. Otras flores que pertenecen a esta clasificación, y que también poseen una belleza extraordinaria, son las bugambilias, las trompetas y las tipuanas.
Desafortunadamente, la lindeza de las jacarandas es efímera, ya que sus flores tienen una vida que varía entre los 15 y los 30 días. Por tanto, disfrutar de sus colores, su sombra y su belleza, es una dicha que se debe apreciar con los ojos bien abiertos, mientras permanece.
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