La niña del parque Rodolfo Landeros

La historia se desarrolló en las 60 hectáreas de lo que anteriormente era el aeropuerto de la ciudad

Por: Andrea Esparza

  · martes 29 de octubre de 2019

Foto: Adrián Carmona

Llena de tradición, de boca en boca y de generación en generación, se ha ido transmitiendo una de las leyendas más populares de Aguascalientes, como lo es el de la tragedia sucedida hace muchos años en lo que ahora es el parque Rodolfo Landeros.

Anteriormente, este sitio público dedicado a la realización de actividades recreativas, deportivas, familiares, siempre en contacto con la naturaleza, era el aeropuerto; un día, como cualquier otro, uno de los mecánicos que laboraban en el lugar, asistió a éste a realizar sus tareas, en compañía de su pequeña hija. Al llegar tomó su herramienta y comenzó con su trabajo, por su parte, la niña se hacía acompañar de una muñeca, con la que se entre el cochambre y la herramienta perdía la noción del tiempo gracias a los gratos momentos que pasaba mientras su papá trabajaba con los motores de los aviones.

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Minutos después, los mecánicos comenzaron a realizar pruebas en el motor, el cual no arrancaba debido a las fallas que presentaba; tras varios intentos y un trabajo arduo, el motor encendió, entusiasmado por el éxito obtenido, el mecánico se bajó de la nave y al acercarse a la turbina, un terror frío recorrió su cuerpo, con los ojos llenos de espanto y con las manos temblorosas, un grito ahogado en terror, delató el cuerpo decapitado y bañado en sangre de su hija, quien mantenía abrazada a su muñeca.

En la actualidad, se dice que la pequeña aún se aparece en el mismo lugar, donde jugaba llena de inocencia y despreocupación; los visitantes al parque aseguran haber visto ropa ensangrentada, el cuerpo mutilado y lleno de heridas, así como la cabeza de la muñeca con la que jugaba, sobre sus hombros.

Cuenta la leyenda que en estos días la niña puede ser vista paseando por el parque en busca de un compañero de juegos para montar en la bicicleta o subir a los columpios, así como jugar a las escondidas detrás de los árboles.

Foto: Juan José Sifuentes