De 1751 a 1850, narra el historiador Heriberto Lanfranchi en su obra “La Fiesta Brava en México y en España”, la lidia de los toros, sobre todo a pie, siguió modificándose y perfeccionándose.
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“Los varilargueros o picadores, por su parte, siguieron interviniendo en cualquier momento de la lidia, pero su importancia fue disminuyendo paulatinamente y acabaron por subordinarse completamente a las órdenes de los matadores. Sin embargo, como permanecían todo el tiempo en el ruedo, costumbre que prevaleció hasta el siglo XIX, daban puyazos cada vez que el toro les atacaba. No es de extrañarse, por lo tanto, que fuera precisamente un picador montado (Juan López), el que quisiera hacerle el quite a José Delgado ‘Pepe Hillo’, cuando éste sufrió su mortal cornada en Madrid, al matar a ‘Barbudo’ en 1801.
Juan Romero, hijo de Francisco, organizó las cuadrillas de toreros y logró que los peones aceptaran ponerse bajo el mando del matador. Muy importante fue lograr esto, ya que hasta mediados del siglo XVIII, los toreros, de a pie y de a caballo, se reunían para tomar parte en una corrida de toros, pero cada uno de ellos hacía en el ruedo lo que buenamente quería, siendo el matador tan solo uno más de ellos.
Una vez organizados los toreros en cuadrillas, la anarquía y el desorden total que reinaban en las plazas de toros desaparecieron en gran parte, subordinándose los banderilleros, peones y picadores al matador en turno. Esto no quiere decir, sin embargo, cómo sucede frecuentemente en la lidia normal de nuestros días, pero cuando menos ya no intervenían en todo momento, limitándose a hacerlo en los toros que les correspondían.
Si en España las cuadrillas de toreros se organizaron, otro tanto sucedió en México y para finales del siglo XVIII, aparecieron en los carteles las primeras cuadrillas bajo las órdenes de un matador, llamado entonces primer espada.
El primer jefe de cuadrilla del que se tenga memoria en México fue Tomás Venegas ‘El Gachupín Toreador’, el cual siendo español, como lo indica su apodo, seguiría toreando y vistiéndose como sería su costumbre hacerlo o cuando menos verlo en la Península. No sabemos cómo vestirían en México aquellas primitivas cuadrillas organizadas, pero con seguridad usarían un traje de torear parecido al que acostumbraban los toreros españoles, interpretación o adaptación del de los majos madrileños con adornos de galones bordados o pasamanería. No hay que olvidar que el paralelismo en la evolución de las corridas de toros en México y en España fue similar hasta 1821 y que fue solo al lograrse la independencia de México cuando surgió una ruptura en las relaciones taurinas, entre otras cosas, de los dos países, lo cual produjo un estancamiento en el toreo mexicano que duró más de 50 años.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, toreros en España como Pedro Romero, Joaquín Rodríguez ‘Costillares’ y José Delgado ‘Pepe Hillo’, revolucionaron de tal manera la técnica del toreo, que las reformas por ellos introducidas en la lidia de reses bravas habrían de perdurar para siempre.
Por ejemplo, ‘Costillares’ inventó o perfeccionó la suerte de matar al volapié, en la que el matador iba, como actualmente, hacia el toro que ni acudía al cite, con lo cual ya se podía matar con más lucimiento un mayor número de toros, sobre todo aquellos que llegaban muy quebrantados al último instante del tercer tercio. Claro que para poner al toro en suerte, tenía que ser empleada la muleta previamente y este instrumento que hasta entonces había tenido relativo uso y servía sólo de defensa en el momento de la estocada, adquirió una importancia capital que habría de llevarnos un siglo y pico después a la moderna faena, momento principal de la lidia de la lidia actual. No obstante, a fines del siglo XVIII, los públicos acusaban a los toreros que daban más de tres o cuatro muletazos (o trapazos), de estar hartando al toro de trapo y que a causa de ello se deslucía el momento de la estocada, momento principal de la lidia de aquella época.
En 1796 salió a la luz en Cádiz la primera tauromaquia impresa, firmada por el sevillano José Delgado Guerra ‘Pepe Hillo’, la cual tuvo una importancia extraordinaria, tanto en España como en México. Gracias a este librito (escrito en realidad, según se cree, por don José de la Tixera, ya que ‘Pepe Hillo’ ni malamente sabía firmar), y a su segunda edición de 1804 con sus 30 láminas explicativas, siguió practicándose en México el toreo a la española al surgir en 1821 la ruptura total en las relaciones hispanoamericanas.
La Tauromaquia de ‘Pepe Hillo’ muestra las suertes en uso a finales del siglo XVIII y aunque los testimonios gráficos de dicha época no son ya tan escasos (grabados de Francisco de Goya, de Carnicero y de Luis Fernández Noseret, entre otros), con la simple lectura de dicho tratado, puede uno formarse una idea clara de lo que eran entonces las corridas de toros.
Basta recordar que en 1885 se seguía toreando en México, sobre todo en la capital, como en la época de ‘Pepe Hillo’, para darse cuenta de la importancia de este tratado. Bernardo Gaviño no conoció a José Delgado ‘Pepe Hillo’, pero los que le enseñaron a torear en España lo hacían al estilo del sevillano y le implantaron firmemente sus características, no siendo por lo tanto de extrañarse que al no tener contrincantes, hábilmente eliminados los poquísimos diestros españoles que pretendían torear en México a mediados del siglo XIX y estar formados a su escuela todos sus discípulos, el mexicano Ponciano Díaz entre ellos, el toreo en nuestro país permaneciera estacionario durante 50 años”.
En nuestra siguiente entrega tocará abordar el tema sobre el toreo en México de 1821 a 1885.
DATO
La Tauromaquia de “Pepe Hillo” muestra las suertes en uso a finales del siglo XVIII y con su simple lectura puede uno formarse una idea clara de lo que eran entonces las corridas de toros.