Imagina que tienes un gran pasión y amor por la fotografía, esa actividad que te abre las puertas a un mundo en el que no solo capturarás las mejores imágenes de lugares o sucesos que se atraviesen por tu camino, sino como una terapia en la que puedes explotar tus habilidades y creatividad.
También, la fotografía es esa ventana mágica al mundo, en el que se construya esta forma de congelar el tiempo y contar historias en un solo instante. Cada imagen es un susurro del pasado, una danza de luz y sombra que revela lo que a veces pasa desapercibido.
Eso fue lo que creía un hombre en el año 1895 cuando se disponía a adentrarse en el mundo de la fotografía; si bien era un aprendiz que lentamente iba construyendo ese lazo de confianza entre él y su cámara, nunca imaginó que una de sus primeras prácticas lo llevaría a experimentar algo muy aterrador.
Oren Jeffries nació en 1849, desde muy temprana edad tuvo el interés por conocer nuevas culturas, lugares, pero sobre todo, buscar las maneras de tener consigo un recuerdo de los posibles viajes a los que iría en un futuro. Estamos hablando del siglo XIX, una época en la que apenas se empezaban a hacer descubrimientos o inventos como la misma fotografía, el telégrafo; las locomotoras de vapor, entre otras.
Cuando se convirtió en adulto y mantuvo un trabajo que le permitió subsistir, Oren no dudó en cumplir sus sueños adquiriendo una cámara que le iba permitiendo capturar los momentos que él quisiese. Era un amateur, apenas empezaba a conocer aquél artefacto que tenía en sus manos.
Lo anterior no fue un impedimento para que el hombre empezara a hacer viajes y desarrollar en su totalidad esa práctica de la fotografía. Fue en 1895 cuando emprendió un viaje a las Grandes Cuevas, ubicadas en el suroeste de Virginia, Estados unidos, decidido a utilizar este sitio para poner en práctica parte de ciertos experimentos que él pretendía hacer. Oren estaba enfocado en experimentos fotográficos en los cuales usaba súper exposiciones para ver si era posible capturar algún objeto en un ambiente con ausencia total de luz. Esta cueva al ser una de las más oscuras en el país, fue el lugar perfecto para el fotógrafo.
Todo marchaba bien; Oren se posicionaba a nivel del suelo, extinguiendo su lámpara y abriendo la lente de su cámara por tanto tiempo para empezar con su práctica del día; de repente algo llamó su atención, pues empezó a sentir cómo algo se aproximaba hacia él desde lo más profundo de la cueva.
Asustado, Oren detuvo el experimento y detonó uno de los flashes Blitzlicht que se empleaban típicamente para tomar fotografías. Según una de sus declaraciones tiempo después, el hombre afirmó que los ocasionadores de ese ruido eran tres criaturas humanoides que lo miraban desde la oscuridad de la cueva, escondidos detrás de varias rocas.
Este hecho aterrador lo hizo huir del lugar dejando su cámara abandonada, la cual tuvo que recuperar días en compañía de varios amigos sin que volviera a toparse con estos bizarros seres. Al llegar a casa y hacer el revelado de fotos, su asombro por lo que había fotografiado lo dejó perplejo, pues realmente las dichosas criaturas fueron las protagonistas de su imagen.
Después de lo ocurrido, no se volvió a saber si Oren continuó compartiendo parte de esta historia con medios informativos o si realmente siguió visitando lugares para llevar a cabo sus experimentos. Él falleció en 1935, y si bien su aprendizaje por se fortaleció con el paso de los años, él debió considerar que sus inicios en la fotografía fueron marcados por estas extrañas criaturas humanoides que hasta la fecha no se han vuelto a ver, ni mucho menos corroborar su origen.
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