Apenas el sol comienza a esconderse, y comienza a sentirse el frío que nos obliga a pensar en un ponchecito, un atole o un chocolatito caliente, para entrar en calor.
Pero, ¿qué se sería de estas bebidas tradicionales sin sus fieles compañeros, los buñuelos?, los imperdibles de las fiestas navideñas y de todas las noches previas a la temporada más bonita del año.
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El buñuelo, pese a que en México son consentidos y se elaboran con especial sabor, tiene su origen en Marruecos y Turquía, donde hace más de dos mil años, se comían bolitas de masa de trigo fritas, endulzadas con miel. Con el paso de los años, el bocadillo se extendió por toda Europa, lo que facilitó que llegara a México junto con los españoles, en la época de la conquista.
Pero ya nos conocen, y como en todo, los mexicanos decidimos ponerle un toque especial, modificando su textura y forma, que semejaba una tortilla. Por supuesto, que los ingredientes también se enriquecieron, pues se agregó piloncillo, canela y hasta anís.
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En el convento donde se enclaustró Sor Juana Inés de la Cruz, se encontró un recetario escrito por la propia poetiza, en el que se detallan tres recetas distintas para prepararlos. En este documento, se refiere a ellos como “puñuelos”, dado que la masa se extendía a base de pequeños golpes dados con el puño.
Como en todos los platillos mexicanos, cada región ha añadido especias y formas distintas de prepararlos, dando origen a un sinfín de variedad de buñuelos, como los de naranja, de calabaza y hasta de bacalao.
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