Más de uno pensará en su abuela o en su madre, en este día que comienzan las tradicionales Posadas Navideñas.
Y es que, verdaderamente, las generaciones pasadas cumplieron bien su trabajo de enseñarnos cómo se vivía una Navidad tradicional, con cánticos y letanías a la luz de las velitas, para luego disputar a muerte los dulces de la piñata; porque para ganarse los del bolo, sólo bastaba con cantar bien fuerte.
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Hace no muchos años, los niños esperaban con mucha emoción, no sólo el 24 y 25 de diciembre para recibir regalos y disfrutar de la compañía familiar, sino también el 16 de diciembre, que era cuando comenzaban las posaditas.
Esta tradición tuvo su origen en los últimos años del siglo XVIII, al menos en su carácter religioso, pues con la llegada de los españoles esta celebración se realizó con fines de evangelización. El iniciador fue Fray Diego de Soria, quien celebraba las llamadas “misas de aguinaldo”, en las que se llevaban a cabo representaciones de pasajes bíblicos sobre el nacimiento de Jesús; especialmente al peregrinaje de María y José, de Nazaret hasta Belén, buscando dónde alojarse para dar a luz.
Con la intención de atraer a más personas, se usaban luces de bengala y pirotecnia, y al final de las misas se rompía una piñata. Estas misas se realizaban, precisamente, del 16 al 24 de diciembre.
Con el paso de los años, las personas replicaron esta costumbre en sus hogares, convirtiéndose en una tradición que sobrepasó el tiempo.
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Y aunque, actualmente ya no es tan frecuente ver este tipo de festividades, lo cierto que es en algunas regiones del país se aferran a esta tradición, pues más allá del trasfondo religioso, han adquirido un valor intangible, como un legado que las abuelas y las mamás dejaron a muchas familias.
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