Era una tarde cualquiera en las inmediaciones del viejo fraccionamiento Primavera, ese céntrico sector habitacional anteriormente ocupado por familias de renombre, se encontraba Marco Antonio junto a tres compañeros de trabajo, ellos se dedicaban a la elaboración de implementos agrícolas en un taller aún ubicado en el cruce de las calles Gerónimo de Orozco y Liberato Santacruz.
En determinado momento fueron abordados por la señora Elba, vecina de la zona, quien les solicitó un martillo con el argumento de que requería hacer algunas labores domésticas, Marco Antonio, al ser hijo del propietario decidió prestarle la herramienta a la vieja conocida; horas más tarde llegó la hora de la salida y se retiraron a descansar.
Al otro día vi a la señora y le pregunté por el martillo, contestándome con toda la seriedad del mundo, que la caracterizaba, que se la había entregado a un señor por la puerta de la vuelta, donde había una ventana grande donde perfectamente podría entregar el martillo.Marco Antonio
La sorpresa se hizo presente cuando nadie, ningún trabajador confirmó haber recibido el martillo que previamente le fue prestado a la señora Elba, quien aseguró que un señor de complexión robusta y con una descripción física desconocida para los trabajadores del taller, le había recibido la herramienta.
“Nunca supimos a quién se lo dio, el martillo apareció en un lugar al fondo de la fragua, en una parte donde no puede ponerlo nadie si no es con una escalera muy alta, esto lo descubrimos un mes después de que pasaron estos hechos”.
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