Ana Cabrales relataba su experiencia con una mezcla de incredulidad y nerviosismo. Aquella noche en el Centro Cultural Los Arquitos había sido intensa, una especie de maratón creativo en el que ella y su equipo tenían que montar una obra completa en tan solo 24 horas. Entre guiones, vestuarios y ensayos apresurados, la adrenalina los mantenía despiertos. Para cuando cayó la madrugada, agotados, decidieron descansar unas pocas horas antes de la presentación.
“Nos quedamos a dormir ahí, como a las dos de la mañana,” decía Ana, recordando lo cansada que estaba, como si el peso del día la hubiera arrastrado al sueño profundo en cuestión de segundos. Pero lo extraño no fue lo que ella sintió, sino lo que le contaron sus compañeras al despertar.
“No escuchabas nada, ¿verdad? ¿No sentiste nada?”, le preguntó Marcela Morán, una de sus amigas del equipo. Ana, confundida, negó con la cabeza. No había notado nada extraño en su descanso.
Según Marcela y el resto de las chicas, mientras Ana dormía profundamente, algo inquietante comenzó a suceder. Su cobija, que la cubría por completo, empezó a levantarse, a flotar suavemente en el aire, como si unas manos invisibles estuvieran intentando despertarla. Las otras chicas, paralizadas por el miedo, lo vieron todo sin saber cómo reaccionar. Nadie se atrevió a moverse, nadie quiso romper el silencio sepulcral de la madrugada en aquel lugar que, de por sí, ya parecía envuelto en un aura extraña.
Marcela les confesó a las demás que estuvo a punto de sacudir a Ana, de alertarla sobre lo que estaba pasando, pero el temor la detuvo. “Pensé que si te despertaba, te ibas a asustar aún más, o tal vez haríamos que lo que fuera… se enfadara,” le dijo más tarde, con la voz entrecortada. El terror no provenía solo de lo que estaban viendo, sino de lo inexplicable que parecía.
Lo más inquietante fue que no fue una sola persona la que lo vio. Cada una de las compañeras de Ana, incluso la chica que apenas conocían y que estaba estudiando en Los Arquitos, describieron la misma escena: la cobija de Ana flotando y moviéndose, como jalada por algo invisible. Pero todas se quedaron en silencio, esperando que pasara, temiendo que cualquier movimiento en falso desatara algo peor.
Al día siguiente, cuando el sol ya iluminaba Los Arquitos y el equipo se preparaba para el último tramo de su proyecto, las chicas por fin se animaron a hablar de lo sucedido. Ninguna podía explicarlo, pero todas coincidían en lo mismo. “Fue una sensación horrible,” decía Ana al recordar el momento en que le revelaron lo ocurrido. “Gracias a Dios no me despertaron, porque si me hubiera enterado en ese momento, no sé qué habría hecho.”
Sin embargo, algo en aquel lugar siempre le había provocado inquietud. “Los Arquitos tienen algo raro. Siempre que salía tarde, sentía miedo, ese miedo que te hace apurar el paso sin razón aparente, como si alguien te estuviera mirando desde la oscuridad,” confesó Ana, con un escalofrío recorriéndole la espalda solo de recordar esas noches.
Desde entonces, la historia de aquella madrugada quedó entre las sombras de Los Arquitos, un eco en las paredes que, según quienes han pasado largas horas en el lugar, aún se siente al caer la noche.
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