Habrá quienes lo rechacen y quienes simpaticen con él, pero lo cierto es que Santa Claus llegó como invitado a la cultura mexicana y se ganó el corazón de muchos niños y no tan niños.
Este personaje que nada tiene qué ver con las tradiciones que se han forjado en torno a las fiestas decembrinas en la República Mexicana, llegó al país durante la segunda década del siglo XX, cuando su imagen se hizo presente por primera vez en algunos aparadores de la Ciudad de México, principalmente en donde se exhibían juguetes. Si bien, en un principio, representó una novedad para la época, no pasó de los estantes, pues los Reyes Magos eran quienes dominaban la entrega de regalos en esta zona.
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Tuvieron que pasar 30 años, para que el simpático barbón llamara la atención de los niños, al punto de ser el nuevo destinatario de sus cartitas en Navidad. Y es que, en esta ocasión, no apareció solito, sino que había sido adoptado como la imagen de una importante marca de refrescos. Esto le permitió llegar a todos los rincones en los que destapaba una botella de la soda, que era prácticamente en todo el territorio nacional.
Las reacciones fueron variadas, pues mientras había quienes lo rechazaban porque creían que desplazaría a los tres monarcas de Oriente, otros se dejaban envolver por su blanca barba y sus cachetes rosados.
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Pero como el espíritu navideño se hace presente para tocar todas las conciencias y los corazones, los Reyes Magos le dieron “una chance”, quizá porque sabían que jamás, nadie, ocuparía su lugar en el gusto de los niños. Fue entonces que aprendieron a compartir la misión de entregar regalos durante la madrugada de Navidad, los Reyes Magos en la región centro del país, el Niño Jesús en la región del Bajío y hacia el sur; y pues Santa se ocupa, generalmente, de visitar los hogares en la zona norte.
Santa Claus se ha convertido en el invitado por excelencia de las navidades mexicanas, sin embargo, un país como el nuestro siempre permanece fiel a sus tradiciones. Finalmente, lo importante es mantener la ilusión de los niños, pues no hay nada que se compare con su carita de asombro, cuando encuentran los juguetes debajo del árbol.
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