En el mundo del crimen organizado, el término “halconeo” alude a una técnica de vigilancia y espionaje utilizada para planificar y ejecutar delitos. Inspirado en el comportamiento del halcón, que sigue a su presa antes de atacar, este concepto describe cómo las organizaciones criminales emplean a niños, adolescentes y jóvenes para observar y recolectar información crucial.
Estos vigías, conocidos como “halcones”, desempeñan un papel fundamental en la ejecución de otros delitos, gracias a su capacidad para pasar desapercibidos en un entorno cotidiano.
Incluso se han registrado casos en los cuales desde edad temprana, jóvenes son reclutados por los cárteles para llevar a cabo tareas de vigilancia. La elección de menores para este trabajo se debe a su habilidad para integrarse en distintos contextos sin levantar sospechas, lo que les permite observar con mayor discreción los movimientos de las fuerzas policiales y militares, así como los de otros cárteles y civiles.
Los halcones realizan un seguimiento constante de una variedad de objetivos: patrullas de policía, operativos militares, movimientos de competidores y actividades cotidianas en calles, parques y establecimientos comerciales. Esta vigilancia detallada permite a los cárteles ajustar sus estrategias y evitar ser detectados, asegurando así el éxito de sus operaciones criminales.
Uno de los roles más críticos de los halcones es la vigilancia de las denominadas “casas de seguridad”. Estos espacios son utilizados por las organizaciones criminales para esconder dinero, armas y drogas, o para llevar a cabo delitos graves como tortura, violación y desaparición forzada. Históricamente, estas casas de seguridad se ubicaban en inmuebles abandonados o de difícil acceso para evitar su detección. Sin embargo, en los últimos años, se ha observado un cambio brusco en esta estrategia. Los cárteles han comenzado a establecer estas casas de seguridad en zonas habitacionales y de alto tránsito, lo que les permite operar con mayor efectividad y bajo menor riesgo.
Los halcones se encargan de vigilar estos inmuebles clave, informando a sus superiores sobre cualquier movimiento sospechoso que pudiera indicar una investigación o una inminente intervención de las autoridades. Este papel es crucial para el funcionamiento de las redes criminales, ya que les proporciona la información necesaria para evadir redadas y mantener sus operaciones en funcionamiento.
El uso de menores en estas actividades no solo perpetúa el ciclo de violencia y delincuencia, también plantea serias preocupaciones éticas y sociales. Los niños y adolescentes que son reclutados como halcones a menudo lo hacen bajo coacción, manipulados por las organizaciones criminales que explotan su vulnerabilidad. Estos jóvenes, al estar inmersos en un entorno criminal desde una edad temprana, enfrentan un alto riesgo de sufrir daños físicos y psicológicos, además de quedar atrapados en un ciclo de delincuencia que resulta difícil de romper.
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