A la edad de 97 años falleció este domingo la señora Jesusita Reyes de Esparza, apenas tres años después que quien fuera su esposo durante casi 70 años, el exgobernador Refugio Esparza Reyes, de quien siempre se autonombró su “novia eterna”.
El deceso ocurrió en su casa de Aguascalientes, acompañada de sus hijos Baudelio, Rubén, Enrique y Carlos, así como por sus nietos y bisnietos.
Mujer de campo, sencilla al grado que en ocasiones se ponía a llorar de impotencia al ver la profunda pobreza en que vivían la enorme mayoría de los campesinos de Aguascalientes, al tiempo que sufría por no tener grandes cantidades que le permitieran aliviar el sufrimiento de esa gente.
Desde los primeros meses de la administración estatal de don Refugio Esparza, doña Jesusita Reyes creó el DIF estatal, del que fue presidente de 1974 a 1980, en una pequeña oficina en la que sólo laboraban ella, su secretaria y un chofer.
Ello no fue obstáculo para que se pusiera a trabajar de manera incansable y tocara una y otra vez la puerta de doña María Esther Zuno de Echeverría, muchas veces sin siquiera informarle a su esposo el gobernador, pues su único afán era el de acercar el mayor número de apoyos a su querida gente.
En vida, doña Jesusita contaba que una de sus primeras acciones fue poner en marcha una campaña intensiva de vacunación, hecho que no fue fácil pues en las pequeñas y no tan pequeñas comunidades, la gente salía huyendo de ellos porque nunca habían sido visitados por funcionarios del gobierno y desconfiaban de sus intenciones, además que les tenían miedo a las vacunas.
Poco a poco, a base de continuas visitas, un día si y otro también, se fue ganando la confianza de los habitantes de las zonas más pobres y marginadas de todo el estado, a quienes les llevaba ropa, juguetes, despensas y algunos enseres que podía obtener no con dinero del presupuesto estatal, sino con los donativos que le otorgaban locatarios del Mercado Terán y algunos empresarios locales de buen corazón.
Sin grandes comitivas, guaruras o agenda programada, a doña Jesusita le gustaba sentarse en plena calle, junto a la gente humilde y con apenas un trapo como mesa, a comer frijolitos de la olla con salsa que de corazón le ofrecían los lugareños, lo que le acercó cada vez y le hizo ganarse el cariño auténtico de la gente.
Sin disminuir nunca el ritmo, doña Jesusita vivió con la esperanza que algún día disminuyera la pobreza en el campo, todos los niños tuvieran una escuela dónde estudiar, existieran servicios médicos para todos y acabara el sufrimiento de los más desprotegidos.
Su cuerpo está siendo velado en la Funeraria Hernández y será sepultado en la comunidad de Villa Juárez, Asientos, al lado de su amado esposo.