El gas subterráneo, especialmente el gas natural, es una fuente de energía relativamente limpia en comparación con otros combustibles fósiles como el carbón y el petróleo. Su quema produce menos emisiones de dióxido de carbono y otros contaminantes, lo que lo hace más favorable desde el punto de vista ambiental.
Además, su acceso y extracción pueden ser menos invasivos en términos de impacto ambiental directo en comparación con otras formas de extracción de combustibles fósiles.
No obstante, una desventaja principal del gas subterráneo es su naturaleza no renovable y limitada. A medida que se extrae, las reservas se agotan con el tiempo, lo que plantea preocupaciones sobre la sostenibilidad a largo plazo de su uso como fuente de energía.
Además, la extracción puede resultar en impactos ambientales negativos, como la contaminación del agua y la alteración de ecosistemas subterráneos.
Los riesgos más prominentes del gas subterráneo incluyen la posibilidad de fugas y explosiones. Las fugas de gas pueden ocurrir durante su extracción, transporte o distribución, lo que no solo representa un peligro para la seguridad, sino también un riesgo ambiental significativo debido a las emisiones de metano, un potente gas de efecto invernadero.
Las explosiones, aunque raras, pueden ocurrir en instalaciones de almacenamiento o en áreas urbanas donde el gas se acumula en concentraciones peligrosas.
Desde una perspectiva económica, el gas subterráneo puede ofrecer ventajas como una fuente de ingresos significativos para los países y regiones productoras.
La exportación de gas natural puede ser una fuente importante de divisas y contribuir al desarrollo económico. Sin embargo, la volatilidad en los precios del gas natural puede afectar la estabilidad económica de los países dependientes de sus exportaciones.
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