Hoy por hoy prevalece una desfavorable e injusta relación entre el campo y la ciudad, como resultado del marcado rezago de los precios de los productos primarios respecto de los bienes industriales y los servicios. Sobresale también el desequilibrio en la remuneración a los factores de producción, dado que el salario en el campo es notoriamente inferior al urbano.
Lo anterior fue puesto de manifiesto por el investigador Javier Chávez Vargas, quien apuntó que la situación crítica por la que atraviesa la economía rural impone adoptar nuevas formas para su desarrollo.
El rezago y deterioro del campo obliga a replantear un nuevo esquema en el que resulta compatible el esfuerzo tanto en la agricultura de riego como en la de temporal, hizo hincapié.
El reto implica, en principio, mejorar los niveles de bienestar de los habitantes del campo. Se requiere de una participación más activa y organizada de las comunidades rurales en la definición y orientación de su desarrollo.
Chávez Vargas manifestó que resulta imperativo propiciar la transformación de las estructuras productiva, agropecuaria, forestal y pesquera y su integración con la industria y el comercio, sobre bases de mayor equidad y eficiencia. Asimismo, menciona, hay que fortalecer su modernización a través del establecimiento de vínculos entre la producción, el marco jurídico y la organización social del campo y de la población rural con el resto del país.
Recordó que el agotamiento del proceso de ampliación del producto y el aumento sostenido en la demanda, provocaron importantes déficits en granos y oleaginosas, deteriorando los niveles de autosuficiencia alimentaria. Esto vino a repercutir en la economía mexicana al convertirnos en importadores de productos básicos y perder nuestra capacidad exportadora por décadas.
Sostuvo que son muchas las diferencias que existen entre campo y ciudad, amén de que la situación se agudizó por la prolongada sequía y la ausencia de créditos para los productores rurales.
Asimismo, hacia el interior del sector agropecuario se privilegia a las áreas que presentaban mayores ventajas, por su facilidad para incorporarlas al riego, concentrando en ellas los apoyos de la política agropecuaria: crédito, seguro, infraestructura y servicios. Todo ello estimuló la canalización de inversión privada y favorecía el cambio tecnológico.
Es decir, las mejores tierras de cultivo se destinaron a la agricultura comercial, o sea, se dedicaron a cultivos de elevados rendimientos económicos. Sin embargo, el desarrollo mismo de la economía atrajo parte del excedente susceptible de invertirse hacia otros sectores.
Por su lado, la agricultura de temporal afronta diversos problemas, entre los que destacan la insuficiencia de apoyos a la producción, la falta de respaldo a la organización, el minifundismo, la escasa capitalización y las variables condiciones climatológicas, así como el estancamiento de la productividad, motivado por el insuficiente uso de los recursos y por la mínima aplicación de tecnologías apropiadas para las condiciones de temporal.
El investigador destacó que la estrategia de desarrollo para el campo no debe ser discriminatoria, sino apoyar por igual a zonas de temporal, lo cual no es contradictorio a las políticas de aprovechamiento de las áreas irrigadas.
EL DATO:
Son muchas las diferencias existentes, pero poco se ha hecho para corregir dichos desequilibrios.