/ lunes 20 de noviembre de 2017

Se profundiza la crisis política en Alemania tras fracaso de negociaciones para formar gobierno 

Apenas 58 días después de las elecciones legislativas del 24 de septiembre el país está paralizado

PARIS, Francia - Alemania se encuentra sumergida en la crisis política más profunda que conoció el país desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. Pero la onda expansiva de ese fenómeno sin precedentes no se limita a las fronteras germanas, sino que también paraliza a Europa.

  

El fracaso de las negociaciones entre democracia cristiana, liberales y verdes para formar un gobierno tripartito, así como la negativa del Partido Socialdemócrata (SPD) de recrear una nueva Grosse Koalition (gran coalición) colocaron a Alemania al borde de nuevas elecciones.

  

Ese escenario, inédito en los 68 años de la posguerra, no parece atemorizar a la canciller Angela Merkel, que ayer se proclamó dispuesta a enfrentar un nuevo desafío en las urnas. “Nuevas elecciones serían una alternativa mejor que un gobierno en minoría”, repitió en dos entrevistas por televisión.

  

Apenas 58 días después de las elecciones legislativas del 24 de septiembre el país está paralizado y encerrado en sus propias contradicciones.

 

Para tratar de salir de esa encrucijada, el presidente Frank Walter Steinmeier  —poco entusiasta con la idea de nuevos comicios—  no abandonó la esperanza de persuadir a sus camaradas del Partido Social Demócrata (SPD) de negociar un acuerdo con Merkel para asegurar la estabilidad del país. "Naturalmente, yo estoy dispuesta a hablar", comentó la canciller. Pero la hipótesis había sido rechazada por anticipado el viernes por Andra Nahles, la nueva presidenta del grupo parlamentario SPD. El “nein” fue reiterado domingo por la noche por el líder socialdemócrata Martin Schulz.

   Pese a todo, el presidente Steinmeier apeló a los líderes partidarios a realizar un gesto de patriotismo para superar las actuales divergencias y salir de la actual encrucijada. Sobre los 179 temas en discusión para definir el pacto de gobierno que aplicarían los miembros de la coalición en los próximos cuatro años, hubo dos  –en particular–  que irritaron la sensibilidad de los negociadores. 

  

El líder del Partido Liberal Demócrata (FPD), Christian Lindner, se negó a adoptar un calendario preciso para abandonar el carbón en la producción de energía, como reclamaban en particular los ecologistas del Partido Verde. Las conversaciones “no permitieron favorecer una posición común” ni establecer una “confianza mutua”, se justificó.

  

“Es mejor no gobernar que gobernar mal”, sentenció. La frase sonó como un responso.

  

“La Unión Social Cristiana (CSU), rama bávara de derecha que integra la coalición democristiana con Angela Merkel, rehúsa por su parte proseguir con la política adoptada en 2015 con los refugiados. Detrás de esa burda maniobra se podían distinguir los dientes afilados de los dos hombres que pugnan por la sucesión: el nuevo ministro-presidente de la región de Schleswig-Holstein, Daniel Günther (de 44 años), y el secretario de Finanzas, Jens Spahn (38), partidario de un giro a la derecha de la democracia cristiana.

  

Todos los argumentos invocados eran, en realidad, pretextos políticos para colocar a Merkel ante la necesidad de formar un gobierno minoritario, condenado a ser rápidamente derrocado por un voto de censura. Esa idea solo cuenta con el apoyo de 24% de la opinión pública, según un estudio del instituto Forsa. Una gran mayoría (45%) prefiere la celebración de nuevas elecciones.

  

La otra alternativa implícita en el chantaje de la CSU y los liberales era que Merkel se retire de la vida política y deje que las urnas arrojen un veredicto más claro.

  

El bloqueo de todas las posibilidades demostró que “no existe una coalición con deseos de formar gobierno”, como estimó Thomas Kleine-Brockhoff, director de la oficina en Berlín de la Fundación Marshall.

  

Con su habitual sangre fría, la canciller comprendió la trampa y su primer gesto de consistió en anunciar que volverá ser candidata, una forma de obligar a la CSU a reflexionar sobre la conveniencia de abandonar su intransigencia y reflexionar antes de “patear el tablero”. Volver a las urnas implica más de un peligro: la mayoría de las encuestas divulgadas el último fin de semana muestran que, en caso de nuevas elecciones, probablemente en enero, se repetiría el mismo resultado que el 24 de septiembre. En ese caso, el partido de extrema derecha AfD (Alternativa para Alemania) mantendría los 94 diputados que lograron enviar al Bundestag. Dos sondeos predicen incluso que podría mejorar ese caudal.

 

El otro aspecto inquietante de esta crisis es que el vacío de poder en la primera potencia económica del continente y tercera de Occidente agravó la inestabilidad de la Unión Europea (UE). Ese shock resulta particularmente rudo porque se produce en momentos en que, después de la elección de Emmanuel Macron en Francia, los planetas comenzaban a alinearse en una conjunción favorable para iniciar una etapa de cooperación franco-alemana sin precedentes desde la época de François Mitterrand y Helmut Kohl.

PARIS, Francia - Alemania se encuentra sumergida en la crisis política más profunda que conoció el país desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. Pero la onda expansiva de ese fenómeno sin precedentes no se limita a las fronteras germanas, sino que también paraliza a Europa.

  

El fracaso de las negociaciones entre democracia cristiana, liberales y verdes para formar un gobierno tripartito, así como la negativa del Partido Socialdemócrata (SPD) de recrear una nueva Grosse Koalition (gran coalición) colocaron a Alemania al borde de nuevas elecciones.

  

Ese escenario, inédito en los 68 años de la posguerra, no parece atemorizar a la canciller Angela Merkel, que ayer se proclamó dispuesta a enfrentar un nuevo desafío en las urnas. “Nuevas elecciones serían una alternativa mejor que un gobierno en minoría”, repitió en dos entrevistas por televisión.

  

Apenas 58 días después de las elecciones legislativas del 24 de septiembre el país está paralizado y encerrado en sus propias contradicciones.

 

Para tratar de salir de esa encrucijada, el presidente Frank Walter Steinmeier  —poco entusiasta con la idea de nuevos comicios—  no abandonó la esperanza de persuadir a sus camaradas del Partido Social Demócrata (SPD) de negociar un acuerdo con Merkel para asegurar la estabilidad del país. "Naturalmente, yo estoy dispuesta a hablar", comentó la canciller. Pero la hipótesis había sido rechazada por anticipado el viernes por Andra Nahles, la nueva presidenta del grupo parlamentario SPD. El “nein” fue reiterado domingo por la noche por el líder socialdemócrata Martin Schulz.

   Pese a todo, el presidente Steinmeier apeló a los líderes partidarios a realizar un gesto de patriotismo para superar las actuales divergencias y salir de la actual encrucijada. Sobre los 179 temas en discusión para definir el pacto de gobierno que aplicarían los miembros de la coalición en los próximos cuatro años, hubo dos  –en particular–  que irritaron la sensibilidad de los negociadores. 

  

El líder del Partido Liberal Demócrata (FPD), Christian Lindner, se negó a adoptar un calendario preciso para abandonar el carbón en la producción de energía, como reclamaban en particular los ecologistas del Partido Verde. Las conversaciones “no permitieron favorecer una posición común” ni establecer una “confianza mutua”, se justificó.

  

“Es mejor no gobernar que gobernar mal”, sentenció. La frase sonó como un responso.

  

“La Unión Social Cristiana (CSU), rama bávara de derecha que integra la coalición democristiana con Angela Merkel, rehúsa por su parte proseguir con la política adoptada en 2015 con los refugiados. Detrás de esa burda maniobra se podían distinguir los dientes afilados de los dos hombres que pugnan por la sucesión: el nuevo ministro-presidente de la región de Schleswig-Holstein, Daniel Günther (de 44 años), y el secretario de Finanzas, Jens Spahn (38), partidario de un giro a la derecha de la democracia cristiana.

  

Todos los argumentos invocados eran, en realidad, pretextos políticos para colocar a Merkel ante la necesidad de formar un gobierno minoritario, condenado a ser rápidamente derrocado por un voto de censura. Esa idea solo cuenta con el apoyo de 24% de la opinión pública, según un estudio del instituto Forsa. Una gran mayoría (45%) prefiere la celebración de nuevas elecciones.

  

La otra alternativa implícita en el chantaje de la CSU y los liberales era que Merkel se retire de la vida política y deje que las urnas arrojen un veredicto más claro.

  

El bloqueo de todas las posibilidades demostró que “no existe una coalición con deseos de formar gobierno”, como estimó Thomas Kleine-Brockhoff, director de la oficina en Berlín de la Fundación Marshall.

  

Con su habitual sangre fría, la canciller comprendió la trampa y su primer gesto de consistió en anunciar que volverá ser candidata, una forma de obligar a la CSU a reflexionar sobre la conveniencia de abandonar su intransigencia y reflexionar antes de “patear el tablero”. Volver a las urnas implica más de un peligro: la mayoría de las encuestas divulgadas el último fin de semana muestran que, en caso de nuevas elecciones, probablemente en enero, se repetiría el mismo resultado que el 24 de septiembre. En ese caso, el partido de extrema derecha AfD (Alternativa para Alemania) mantendría los 94 diputados que lograron enviar al Bundestag. Dos sondeos predicen incluso que podría mejorar ese caudal.

 

El otro aspecto inquietante de esta crisis es que el vacío de poder en la primera potencia económica del continente y tercera de Occidente agravó la inestabilidad de la Unión Europea (UE). Ese shock resulta particularmente rudo porque se produce en momentos en que, después de la elección de Emmanuel Macron en Francia, los planetas comenzaban a alinearse en una conjunción favorable para iniciar una etapa de cooperación franco-alemana sin precedentes desde la época de François Mitterrand y Helmut Kohl.

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